domingo, 3 de octubre de 2010

Para mucha gente los domingos son horribles, cargados de pesadez, malestar y melancolía. Aun no logro descifrar por qué. De niña los aborrecía, me parecían un castigo y cuando llegaba la tarde era peor, sentía el ambiente tan a disgusto y todo, absolutamente todo me daba el bajón. Conforme fueron pasando los años esa sensación de tristeza fue desapareciendo y le fui tomando mucho cariño a ese séptimo día. Llegue a la conclusión de que mi desprecio era porque mi mundo estaba muy reducido y mis horizontes no llegan más allá de mi visón de miope.

Los últimos domingos que había vivido estaban tan llenos de amor, de ilusión, de tanta alegría que podría vomitar de empacho…

Domingo… el penúltimo

Una fantasía romántica recurrente cuando era adolescente era estar en compañía de “alguien” un domingo por la tarde después de un paseo perfecto en una habitación donde la luz de la tarde con todos esos tonos rojos, anaranjados y rosados nos coloreara. Con un ligero olor a madera y tirados en el suelo, en la cama, donde fuera solo para contemplarnos y acariciarnos. Si, ese era un cuadro perfecto y muchas veces había soñado con los ojos abiertos con un momento así.

Ese domingo al tenerlo a mi lado y rozar con mis dedos la piel de su brazo, me di cuenta que esa tarde “ideal” estaba sucediendo. Todo estaba en su lugar, todo era como lo había soñado años antes, incluso era mucho más de lo que había deseado. El sentimiento que albergaba por él por lo significaba (significa ¿presente?) por lo que representa era de un amor tan intenso, pleno y basto. Me quede callada, muda de alegría, no podía decir nada, no había nada que decir. Lo observe, los detalles de su rostro, de sus ojos, las líneas de sus manos y lo tome de sus brazos para acurrucarme en él. Sentí mucha dicha.

-me acabo de dar cuenta que tienes unos pechos hermosos

-(cara de sorpresa) ¿Cómo? Gracias, pero ¿después de tanto tiempo te diste cuenta?

-es que hoy que los estaba viendo y tocando dije “que bien se sienten, tienen el tamaño y la textura adecuada” (gesto de satisfacción)

-órale, pues qué lindo, gracias. Me cae de sorpresa (sonrisa)

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Me embelesa y al mismo tiempo me jode que mis alegrías sean tan efímeras. Este domingo con un viaje de siete horas por paisajes hermosos que ignore porque si, solo porque si. Cansada pero sin poder dormir, pendejeando en la red sin nada que buscar, escribir sobre mí misma, con el cuerpo preguntando por él. Con cosas que resolver y mucho que reprocharme. Mucha mierda.

Y en el restaurant color amarillo con esos ventanales que dejaban entrar los últimos hermosos rayos de sol fue casi imposible no añorar. Una gota broto de mi ojo izquierdo y casi enseguida del derecho, pequeñas pero punzantes.

Me acongojo, aturdida trato de no perder mi eje, pero Debussy me persigue con sus melodías tan suaves que no hacen otra cosa que hacerme llorar pero para dentro, para lo exterior sería inconcebible. Estúpido Prokofiev. Ambos me acosan todo el tiempo no me han dejado tranquila todos estos días, retumban con sus vibraciones que atraviesan hasta la piel de un elefante. Las mismas vibraciones que más de una vez oí cuando la energía de mi cuerpo alcanzaba a rozar lo que queda más allá de la delicia.

Pinche domingo, Debussy, pinche domingo, Prokofiev, domingo, lechugas en salsa agria, juego de mango, cama para cuatro. Domingo sangriento domingo tormento